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Santiago de Chile, 8.15 A.M. , gran congestión vehicular en Bilbao llegando a Pedro de Valdivia. Tengo una reunión a las 9 y no se si llegaré. Hay un gran sol primaveral, está lindo el día, claro y brillante. Voy apoyada en la ventana mirando todo y nada, pensando en todo y nada, aunque debo reconocer que me muero de sueño. De pronto suena una canción que creí olvidada, tan vieja como yo, canción de infancia, canción “para encerar y planchar” como le dicen ahora. Lo curioso es que me remonta a un lugar que también creí olvidado, un viaje increíble de hace un lustro atrás que hice en medio de la vorágine apremiante de mi tesis…
Iba camino al Estado de Oaxaca en México, después de un mes de diversión citadina en el DF. Era yo, junto a un italiano veneziano y loco, los únicos extranjeros en aquella camioneta a gas que compartíamos con 13 amigos mexicanos y dos perros enormes. Hacía un calor infernal y el camino que nos esperaba por la Sierra Madre me tenía realmente entusiasmada. Después de dejar Puebla, donde desayunamos muy temprano, seguimos viaje hasta un pequeño pueblo de donde era originario Gustavo, un aspirante a matemático que vivía en Ciudad de México y que viajaba con nosotros. La idea era darnos una ducha en la casa de sus padres, que ya habían sido advertidos de la gran delegación que éramos, y almorzar “Mixote”, una preparación de carne a la cacerola envuelta en papel de fibra vegetal y hervida en salsa de tomates. Gustavo aseguraba que su madre hacía el mejor Mixote del lugar, que requería mucho tiempo y que era de una elaboración muy delicada y paciente, con la prolijidad típica de la herencia azteca que tan bien le sienta a ese país increíble.
Cuando llegamos, encontramos a una familia realmente cálida, gente amorosa y sencilla que me conmovían con sus atenciones y por su curiosidad por saber como es que yo vivía en un país que tenía el mismo nombre que el ají que la madre usaba a diario en su mesa. Conocí a la que es, creo, la única persona en el mundo que había sobrevivido a 3 atropellos seguidos el mismo día (hasta hoy me pregunto si será verdad). Ante el relato del hermano menor de Gustavo, no sabía si reírme a carcajadas o lamentar aquella situación de verdad tragicómica, su familia nos juró que fue cierto y el relajo del momento permitió que, a medida que íbamos saliendo uno a uno de la ducha, escucháramos una y otra vez la historia con explosiones de risa más o menos efusivas de parte de los oyentes. El Mixote tardaba, por lo menos, 4 horas en estar listo, así que decidimos salir a conocer el lugar donde estábamos parados. El grupo explorador lo conformamos 5 personas, siendo yo la única mujer ya que la otra fémina del viaje prefirió quedarse en casa descansando.
Ahí estaba el curioso pueblo de Apan, en pleno Estado de Hidalgo. No se si habrá sido por el día, la hora o la fecha, pero el caso es que había muy poca gente en las calles. Era un lugar que no me había imaginado, con casas bajitas blancas y celestes, una plaza de armas pequeña por donde daban vueltas los galanes locales en esos autos de película gringa ochentera: muy largos, tipo Impala, con cuernos puestos en el capó, cola de zorro en la antena de atrás, con un sistema en el chasis o en las ruedas que los hacía rebotar mientras andaban muy lentito al ritmo de la más sentida de las rancheras que el dicho galán y sus amigos cantaban a todo pulmón enfundados en sus “vaqueros” con gran hebilla en el cinturón, sus botas puntiagudas y su gran gorro de mero macho. Se que la caricatura parece mucha pero fue sencillamente así, creo que por eso ese pueblo me gustó de inmediato: Apan era rotundamente auténtico, con toda su parafernalia norteña que me tenía embobada y muy feliz. El gran orgullo de Apan es que es la capital del “Pulque”, una bebida popular ligeramente alcohólica que se produce de la fermentación del aguamiel, o sea del jugo del Maguey. El Maguey es una planta sagrada, la raíz que nutre y sustenta el pensar mexicano, que se aprovecha entera para construir casas, para hacer tejidos, para coser con sus espinas hechas agujas, para confeccionar papel (aquel papel donde se envuelve el Mixote, por ejemplo) y para calmar la sed mexica desde hace ya más de ocho mil años. Para el guerrero mexica, beber el Pulque significaba apropiarse de las bondades de la luna, la Diosa Lunar, símbolo de fecundidad que surtía de todo en la tierra a través de su planta divina y de su salvia aromática y fresca. En Apan, es posible encontrar todavía antiquísimas Pulquerías, que producen a la manera tradicional este preciado brebaje. Mis amigos me dijeron que había Pulque “curado” ,es decir, con sabor de frutas que uno mismo elegía al momento de la elaboración ya que el sabor original podía resultar muy fuerte para mí. Su efecto no era inmediato pero si era consistente, incluso alucinógeno en algunos casos. No quedaba más que entrar en alguna de esas Pulquerías y ver de que se trataba tanto alboroto (después de nuestros “terremotos” y nuestra “chicha” pensé que era algo parecido)
Y no lo era…es decir, desde el principio la historia era muy diferente. Primero que todo y ante mi gran sorpresa, en las pulquerías no se aceptaban mujeres. De nuevo las cosas volvían a ser rotundamente sencillas. No y punto. Rogamos y pataleamos y en tres nos dijeron que no sin arrugarse siquiera. Yo no estaba molesta por eso, es más, lo comprendía y lo respetaba ante la cara de compungidos de mis amigos mexicanos que me daban una y mil explicaciones ¿quién era yo para venir a cambiar las reglas? Nadie, la insignificancia misma ante ocho mil años de cultura y de maguey fermentado. Me encantaba lo que estaba pasando, realmente era así. Hicimos un último intento y esta vez se apiadaron de la “Chilita”, como me apodaron los parroquianos. El lugar era como una vulcanización nuestra pero venida mucho más a menos (si es que se puede digamos). Paredes color celeste piscina brillantes y plagadas de minas en cueros, calendarios de hacía tres años atrás, la increíble y adorada Guadalupe en su altar exquisito y un baño sin puerta conectado a una funeraria (juro que la experiencia de mear delante de un muerto en un ataúd no se la doy a nadie) que seguramente lo habían limpiado, por última vez, en alguno de los días que marcaba aquel calendario añejo.
Me miraban con cara de asombro pero amablemente, no sentí esa mirada tan propia de bar de mala muerte en un mal barrio con mala gente. Además que esto no era un bar, era casi como la casa del amigo que vive solo y que invita a sus amigos machos a tomar y donde no se requiere más que las ganas. Unas cuantas mesas, algunas sillas, baldes de Pulque fresco y los vasitos dispuestos a nuestro pedido. Pedí un Pulque curado de Guayaba. Lo hicieron al instante y la viscosa bebida tuvo que ser digerida de un solo trago largo e interminable para no arrepentirse a mitad de camino como me recomendaron. Después de eso, la cosa sería fácil y así fue efectivamente. El Pulque lo venden por litros y ya no recuerdo cuantos pidieron mis amigos ni qué exactamente conversamos, el caso es que de pronto me veo en la mitad del salón, de pie con el brazo cruzado con otro parroquiano haciendo competencia de quien se tomaba el Pulque primero. Yo era como la mascota, la mujer extranjera que causaba tanta curiosidad y a la cual había que enseñarle por qué el Pulque tiene la importancia que tiene. Un ambiente realmente increíble, de mucha risa, mucha conversación y mucha música, ya que uno de los locales andaba con una guitarra y hace rato que estábamos cantando rancheras a viva voz. De pronto se produce el siguiente diálogo entre el de Apan músico y yo:
Apan músico: Ey Morrita! ¿La neta que eres de Chile?
Yo: La neta!
Apan músico: ayyy como se llama este guey tan famoso de tu cantón!
Yo: (pensando que seguramente me preguntará por Pinochet ya que siempre había sido la primera relación con mi país de casi todo extranjero que conozco…O por Zamorano o por Neruda en último caso o por Allende si ya quería emocionarme de veras) ¿quién?
Apan músico: Este guey que canta una rola super chida..a ver, ah!! Ya se!! JOSE LUIS PERALES!!!!.
Yo: (Con cara de asombro y muerta de risa) Pero ese no es chileno! Es español !!
Apan músico: ayyyy Chilita! la neta que es chileno!! Estos pinches chilenos ni saben que músicos hay en su tierra. Todo el mundo sabe que Perales es chileno!
Yo. ¿Todo el mundo?
Apan músico: Pos claro! Y la rola esta es esa que dice así….
Cantamos hasta reventar tres horas seguidas sin parar todo el repertorio del compatriota Perales, tomamos Pulque divino de tradición guerrera y brillo de luna, escribimos nuestros nombres en las paredes color piscina, nos despedimos de los muertos del baño, de las socias en pelotas, un salud por la maestra Virgencita de Guadalupe y salimos borrachísimos y cantores rumbo al olvidado almuerzo de la madre de Gustavo. El Mixote fue una delicia difícil de describir, nos despedimos de esa familia grande y amorosa, me despedí de Apan con la firme convicción de que José Luis Perales era chileno..al menos lo fue ese día para mí.
Una pluma de Quetzalcoatl cayó hoy en Santiago de Chile temprano en la mañana. Llegué tarde a la reunión, pero tarareaba esta canción que habla de viajes y de descubrimientos, de las estelas que se dejan sin querer y que de pronto me sacan de donde estoy y me llevan, otra vez, donde quiero estar. Por eso amo la música y amo viajar, dos cosas por las cuales vale la pena perderse.