Los niños y la guerra. No puedo pensar en una combinación más extrema, no puede haber protagonistas más tristes, más inocentes, es en ellos y por ellos que la guerra, cualquiera que sea, se me hace de una monstruosidad y una sinrazón abismante. Vi "Las tortugas también vuelan" (Irak, 2005) y aún estoy caminando en esa cornisa enclenque en la que nos deja la reflexión luego de estar presenciando aquel relato sorprendente de niños en el escenario más mísero y apocalíptico de nuestros días. Más allá de los comentarios técnicos de rigor, la película se permite mirar el conflicto iraquí - EEUU desde el prisma infantil que siempre, y esto es quizás el mayor de los milagros, será inocente, dulce y vivible pese a estar incerto en las más triste de las realidades. Y alegre a pesar de todo. Y con toques de la más auténtica ternura.
Por eso es quizás que la película provoca una tristeza tan imprevista en un film, que no deja de sorprenderme aún hoy. Porque invariablemente me remití a mi mundo, tan protegido, seguro y a veces inconcientemente previsto, que no pude sino sentirme egoísta por todo lo que tenemos y no apreciamos. Ojo que estoy tratando de alejarme lo más posible de los clichés aquellos que nos llevan siempre a pensar ¡que afortunados que somos y que pobrecitos ellos! , porque entiendo que cada ser, en su pequeña órbita vital, convive con sus demonios y que la resolución de esos conflictos y el domar de esos demonios dependerá de la capacidad que cada uno tenga para bancárselos de la mejor forma. No todos somos iguales y, para iguales problemas, hay una infinidad de respuestas que tienen que ver con nuestra propia naturaleza, inteligencia o simplemente nuestra resistencia. Pero estoy segura que en el mundo de hoy, la intolerancia al dolor y a la frustración me parece cada vez más obscena y conformista, nos fabricamos tantos "problemas" y estamos tan sedados en la búsqueda de sus supuestas soluciones, que el polvo que levantamos con nuestros aleteos no nos deja ver más allá de nuestro limpio y preciado ombligo.
La inmediatez es un valor y el dolor una bestia de la cual debemos huir porque nos puede devorar sin remedio. Convengamos en que a nadie le gusta sufrir, pero también debemos reconocer que el ser humano cuenta con las armas necesarias como para enfrentar situaciones extremas y salir airoso de ellas sin tanto "air bag" que nos hemos encargado de confeccionar por miedo a todo lo que nos rodea, por miedo a caer, a fracasar, a que no nos quieran, a la soledad y al dolor finalmente.
Por contraste, en "Las tortugas también vuelan" se nos muestra un mundo del que somos tan ajenos que casi es inmoral llegar a creer que no ser físicamente aceptable, ni exitoso, ni económicamente solvente y las miles de "miserias" que nos aquejan hoy en día, puedan llegar a ser, honestamente, un problema real sin solución y que intervengan tan seriamente en nuestra vida y en la vida de los demás. Tengo claro que estamos hablando de un escenario infernal y con niños dañados hasta el tálamo, pero he escuchado a personas en nuestro protegido Santiago de Chile que se sienten en un infierno y tanto o más incapacitados que esos niños sin brazos, sin piernas, sin familia y, lo que es peor, sin una explicación medianamente sensata que les haga entender el por qué vieron mutilados sus cuerpos y sus vidas. Creo que me sentí, sin miedo a decirlo, un poco más miserable, un poco más boba y más inconciente. Y, a la vez, infinitamente agradecida de lo que tengo y de lo que soy.
En un mundo donde el problema son los niños obesos, con stress, drogadictos, vagabundos o abandonados, niños con tanto estímulo, tanto por delante que no saben que hacer, tan exigidos, sobreprotegidos y, a la vez, tan dejados a su propia suerte, los niños de la guerra me parecen, como paradoja, los más inocentes de todos. Porque en medio de ese horror ensordecedor y brutal, logran hacer prevalecer el encanto de la niñez, su frágil dulzura, lo entrañable que debería ser la infancia. Pese a todo, pese incluso a ellos mismos cargan, y como no hacerlo, con los fantasmas voraces de una guerra que jamás ningún niño debiera siquiera imaginar que existen. Y logran sobrevivir. Y no solo eso, logran VIVIR también, aferrándose al ingenio y a esa energía vital que cada uno tiene y que nosotros nos hemos encargado de anestesiar en nuestro afán de "sufrir" lo menos posible terminando, como es obvio, cayendo de más alto sin siquiera haber experimentado el viaje al dolor que nos hace más fuertes e increíblemente más sabios.
Se me ocurren un montón de frases clichés que nos trasladarían al tan conocido lugar común....y sin embargo, creo que no está mal. De alguna forma, las frases clichés resumen en muy pocas palabras el sentir exacto de una experiencia y se hacen "clichés" de tanto usarlas. Y si se usan tanto, por algo será. Hay unos que tienen mucho más por lo que sufrir es, en este caso, nuestra frase cliché. La guerra y sus miserias nuestro lugar común. Lo que nunca debiera mencionarse y que, por cruel ironía, existe sin embargo (bien lo sabemos nosotros con nuestra propia guerrilla pedofílica) es que sean niños los protagonistas de todas ellas.
Cuiden a sus niños, quiéranlos como el tesoro que son, pero déjenlos también descubrir sus propios ámbitos, desatar sus propios nudos, aprender a lamerse las heridas como gatitos al sol. Los niños de "las tortugas también vuelan" viven en medio del espanto y de la muerte pero, de alguna extraña manera, nos dan la clave para que nosotros seamos un poco más felices y más agradecidos, nos lanzan en la cara nuestros "air bags" y comprendemos que, al final, no los necesitábamos tanto.
A verla, sin duda!! en todos los cines del país y espero que en todos los cines del mundo.